viernes, 26 de marzo de 2010

LA GENERACIÓN DE LA KOL-KANA

LA GENERACIÓN KOL-KANA
Estar fuera del país por mucho tiempo tiene sus consecuencias. Hace unos días, derretido por el calor, pase por una tienda y pedí “una maltina”. Al ver que la tendera me miró como a un extraterrestre, decidí cambiar mi pedido por una Lux Cola; al final estaba dispuesto a transarme por una Kol-Kana. Ni lo uno ni lo otro, “esas bebidas ya no existen”, me dijo la tendera, “usted debe ser de la generación de la Uva Canada Dry”. Un poco avergonzado y ya con un ligero dolor de cabeza producido por el sofocante bochorno, brinqué a la botica o farmacia contigua en busca de una Cafiaspirina. Como no obtuve respuesta, pregunté si de pronto tenían Anacín, Calmadoral o Procasenol.
Me di cuenta que Colombia cambió, y con ella el remedio. Recordé una mañana en que no pude ir a la escuela aquejado por bronquitis, que fue conjurada con jarabe San Ambrosio y cucharadas de aceite de tiburón en ayunas. Todos los males del cuerpo desaparecían con las ventosas de vaso de vidrio y vela, una purga de Limolac, de Vermífugo Nacional, y la vida se volvía más ligera y saludable con aceite de castor o de ricino. Mi padre estaba convencido que podíamos tener los músculos de Charles Atlas si tomábamos Emulsión de Scott. Ocho hermanos, en fila, nos sometíamos a la tortura diaria de paladear aceite de hígado de bacalao, el del hombre del bacalao a cuestas, previa apretada de nariz que atenuaba el lamparazo del pescador escocés.
Me pregunté, entonces, qué fue del Veramon, el Sulfatiasol, el Baltisicol compuesto, de la Pomada Merey, del Mentolín, del Yodosalil y Parche león, el Ungüento Indio, el Cheracol, el Penetro, el Quinopodio, Nixoderm y el Dencorub, la sal de Exxon, el Jabón de Tierra o de Romero y Quina y la Chancarina, la Leona pura.
Hubo un tiempo en que Farina fue el alimento de los niños de Colombia. “Si su niño no camina, caminará con Farina”, decía el lema y todo el mundo lo creyó, como creyeron que la ‘Colombiarina’ y su sucesora, la Bienestarina, eran suficientes para levantar sana y fuerte a la muchachada que llegó después del Frente Nacional.
Si en los tiempos de John Kennedy no hubiera corrido la bola, diciendo que la leche de la ‘Alianza para el progreso’ esterilizaba, hoy más nacionales tendrían la enzima que le faltó al gen colombiano para evitar la violencia. Algunos bebimos de esa leche por cantidades, pues la recibíamos con bocadillo de guayaba y mogolla como refrigerio en los colegios públicos. hoy tenemos hijos y hasta somos Abuelos, alcanzamos a conocer también la leche Icodel, Cremex y la San Fernando todas en botella de cristal y con tapita de cartón, y otros quizá la tomaron directamente de su productor original sin pasteurizar, mientras el mundo despedía a Pipelón, el jarabe del niño flaco y barrigón.
Para los nacidos en la generación de Glostora, surge la pregunta acerca del paradero del fijador Lechuga, el Tricofero de Barry, el Baygon y el Agua Florida de Murray & Lanman, antiguallas que sobreviven en el Almanaque Bristol, junto al Mareol, el Old Spice de Shulton, el Pino Silvestre, el Agua Brava, Agua de Colonia el Cisne, o Pachulí Rosas Rojas y el Vetiver, o el Cariaquito Morado
Afortunadamente se acabaron Kan-Kill, Black Flag, el específico, el Espiritismo, las Enaguas, el Colirio Eye-mo, las lavativas y, las babuchas Croydon doble piso, el suspensorio, los calzoncillos Don Juan Punto Verde y el calzón ‘matapasiones’ tipo ‘Imperio’. También se fueron las medias ‘Maraton’, la ropa El Roble, las botas Cauchosol, los zapatos Grulla, las peinetas Vandux y el Mejoral. Me dicen que en las filas del Polo Democrático sobrevive la Yodora.

Mientras seguimos sin saber quién inventó la mogolla negra, el embuelto con uva pasa, la almojábana, la garulla o el hueco del pandebono, vemos cómo a la galleta costeña se le llama hoy ‘oblea’ y de las calles desapareció el ‘pan de huevo’, y la ñapa, pero sobreviven las cucas de las monjas de San Antonio, el queso de cabeza, las génovas, el salchichón de tienda y las cocadas y otros muchos que por razones especificas no he podido recordar.
Debo decir que para traer a mi memoria estos íconos colombianos, debí tomar, durante quince días, Vitacerebrina Finlay y vino Sansón.

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