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La puja electoral
Por Antonio Caballero
Las elecciones en Colombia son un pozo sin fondo: porque no son un debate, sino una puja. Y las gana el mejor postor, como en las subastas.
Según el perturbador informe 'Dinerocracia' que publicó esta revista, cualquier campaña electoral de las miles que están en marcha en estos días cuesta cinco mil millones de pesos (para el Senado) y dos mil (para la Cámara). Pero los topes legales del gasto no llegan sino a la décima parte de esa suma descomunal. Lo demás es fraude. Y hay que tener en cuenta que gasta tanto dinero el candidato ganador como los perdedores; y los aspirantes son millares, en tanto que los elegidos no llegarán a trescientos. Digamos que el gasto global, ilegal en un 90 por ciento, equivale a lo que podría producir una reforma tributaria.
Esto se refiere sólo a las elecciones parlamentarias. Hay que sumar los gastos de la campaña del referendo y los de las múltiples campañas presidenciales, y los de las de alcaldes y concejales, gobernadores y diputados. Las elecciones en Colombia son un pozo sin fondo: porque no son un debate, sino una puja. Y las gana el mejor postor, como en las subastas.
¿De dónde viene el dinero? La reposición por votos (que no beneficia sino a algunos de los candidatos) cubre sólo una parte de los gastos legales, que son los menos. El grueso viene de las contribuciones de particulares o de empresas, en su mayor parte también fraudulentas pues el contribuyente sabe que está violando los topes legales. Y esos contribuyentes, sean ricos 'buenos', de dineros bien habidos, o ricos 'malos', narcotraficantes o paramilitares expoliadores de tierras, no son en ningún caso desinteresados.
Sus contribuciones políticas son inversiones económicas a las cuales esperan sacarles rentabilidad. Así el parlamentario elegido, que ha comprado su curul al más alto precio, tiene que ponerla a producir. Tiene que alquilarla, por decirlo así. Tanto a los grupos de intereses que se la han financiado en primer lugar (ricos 'malos' o ricos 'buenos', grupos económicos o carteles mafiosos), a los cuales les devuelve la inversión bajo la forma de leyes beneficiosas para sus intereses y ayuda a sus grupos de presión; como al ejecutivo, cediéndole su voto favorable a sus proyectos a cambio de puestos y contratos. Y una curul parlamentaria (y hasta una de concejal) rinde muy cuantiosos beneficios. Deben de ser muy contados los políticos profesionales de Colombia que no se han hecho ricos.
Tanto, que muchos de ellos, presos, pueden seguir desde la cárcel o desde la extradición financiando las campañas electorales de sus hijos o de sus mujeres o de sus hermanos para que no se detenga el molino rentable de las reelecciones.
Porque ese ingente gasto electoral no se da para obtener un buen Congreso: sino el peor Congreso imaginable. Allá llegan los más inescrupulosos, los más tramposos, los más venales, y así la clase política ha venido depurándose al revés, como en un alambique hasta dejar sólo la hez. Ex presidiarios, futuros presidiarios, ladrones, asesinos. El que menos está haciendo investigado por doble militancia. Se cuenta la anécdota de un experimentado y cínico senador que le abrió los ojos a un novato entusiasta, diciéndole:
- Aquí en el Parlamento tú vas a encontrar de todo: estafadores, perjuros, contrabandistas, culpables de peculado y de prevaricato, piratas de mar y tierra, atracadores, violadores de niños, responsables de crímenes atroces y delitos conexos, simples cacos, parricidas... Lo que no vas a encontrar es un solo tonto.
No sé yo. ¿Teodolindo? No: ni él. Al fin y al cabo sacó su par de notarías y sus cositas. Los tontos estamos fuera del Parlamento, como bien lo veía el cínico senador de la anécdota de marras: somos los que votamos para elegirlos a ellos.
El ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, que con sus corruptoras reformas políticas ha ayudado lo suyo a convertir el Parlamento colombiano en la cloaca hedionda que es hoy, propone por añadidura que ese mismo Parlamento indigno adelante una nueva reforma: la instauración de un régimen parlamentario.
Y sin embargo hay que seguir votando por lo poco que aún queda de limpio en ese Parlamento venal y nauseabundo, para que ese poco pueda servir de levadura a una regeneración moral de la clase política. Hay verdes buenos. Hay liberales buenos, conservadores buenos, cristianos buenos. Puede que quede alguno bueno en esa olla de grillos trepadores y oportunistas que es el partido de la U (que tiene la desvergüenza de hacerse llamar Partido Social de Unidad Nacional), aunque no lo creo. Ni en el PIN, ni el ADN. También el Polo es variopinto. Pero yo votaré el 14 de marzo, para el Senado, por el recto político y admirable parlamentario Jorge Enrique Robledo; y para la Cámara por Bogotá, por su compañero del Polo Germán Navas Talero.
domingo, 7 de marzo de 2010
COLUMNA DE ANTONIO CABALLERO- REVISTA SEMANA
La puja electoral
Por Antonio Caballero
Las elecciones en Colombia son un pozo sin fondo: porque no son un debate, sino una puja. Y las gana el mejor postor, como en las subastas.
Según el perturbador informe 'Dinerocracia' que publicó esta revista, cualquier campaña electoral de las miles que están en marcha en estos días cuesta cinco mil millones de pesos (para el Senado) y dos mil (para la Cámara). Pero los topes legales del gasto no llegan sino a la décima parte de esa suma descomunal. Lo demás es fraude. Y hay que tener en cuenta que gasta tanto dinero el candidato ganador como los perdedores; y los aspirantes son millares, en tanto que los elegidos no llegarán a trescientos. Digamos que el gasto global, ilegal en un 90 por ciento, equivale a lo que podría producir una reforma tributaria.
Esto se refiere sólo a las elecciones parlamentarias. Hay que sumar los gastos de la campaña del referendo y los de las múltiples campañas presidenciales, y los de las de alcaldes y concejales, gobernadores y diputados. Las elecciones en Colombia son un pozo sin fondo: porque no son un debate, sino una puja. Y las gana el mejor postor, como en las subastas.
¿De dónde viene el dinero? La reposición por votos (que no beneficia sino a algunos de los candidatos) cubre sólo una parte de los gastos legales, que son los menos. El grueso viene de las contribuciones de particulares o de empresas, en su mayor parte también fraudulentas pues el contribuyente sabe que está violando los topes legales. Y esos contribuyentes, sean ricos 'buenos', de dineros bien habidos, o ricos 'malos', narcotraficantes o paramilitares expoliadores de tierras, no son en ningún caso desinteresados.
Sus contribuciones políticas son inversiones económicas a las cuales esperan sacarles rentabilidad. Así el parlamentario elegido, que ha comprado su curul al más alto precio, tiene que ponerla a producir. Tiene que alquilarla, por decirlo así. Tanto a los grupos de intereses que se la han financiado en primer lugar (ricos 'malos' o ricos 'buenos', grupos económicos o carteles mafiosos), a los cuales les devuelve la inversión bajo la forma de leyes beneficiosas para sus intereses y ayuda a sus grupos de presión; como al ejecutivo, cediéndole su voto favorable a sus proyectos a cambio de puestos y contratos. Y una curul parlamentaria (y hasta una de concejal) rinde muy cuantiosos beneficios. Deben de ser muy contados los políticos profesionales de Colombia que no se han hecho ricos.
Tanto, que muchos de ellos, presos, pueden seguir desde la cárcel o desde la extradición financiando las campañas electorales de sus hijos o de sus mujeres o de sus hermanos para que no se detenga el molino rentable de las reelecciones.
Porque ese ingente gasto electoral no se da para obtener un buen Congreso: sino el peor Congreso imaginable. Allá llegan los más inescrupulosos, los más tramposos, los más venales, y así la clase política ha venido depurándose al revés, como en un alambique hasta dejar sólo la hez. Ex presidiarios, futuros presidiarios, ladrones, asesinos. El que menos está haciendo investigado por doble militancia. Se cuenta la anécdota de un experimentado y cínico senador que le abrió los ojos a un novato entusiasta, diciéndole:
- Aquí en el Parlamento tú vas a encontrar de todo: estafadores, perjuros, contrabandistas, culpables de peculado y de prevaricato, piratas de mar y tierra, atracadores, violadores de niños, responsables de crímenes atroces y delitos conexos, simples cacos, parricidas... Lo que no vas a encontrar es un solo tonto.
No sé yo. ¿Teodolindo? No: ni él. Al fin y al cabo sacó su par de notarías y sus cositas. Los tontos estamos fuera del Parlamento, como bien lo veía el cínico senador de la anécdota de marras: somos los que votamos para elegirlos a ellos.
El ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, que con sus corruptoras reformas políticas ha ayudado lo suyo a convertir el Parlamento colombiano en la cloaca hedionda que es hoy, propone por añadidura que ese mismo Parlamento indigno adelante una nueva reforma: la instauración de un régimen parlamentario.
Y sin embargo hay que seguir votando por lo poco que aún queda de limpio en ese Parlamento venal y nauseabundo, para que ese poco pueda servir de levadura a una regeneración moral de la clase política. Hay verdes buenos. Hay liberales buenos, conservadores buenos, cristianos buenos. Puede que quede alguno bueno en esa olla de grillos trepadores y oportunistas que es el partido de la U (que tiene la desvergüenza de hacerse llamar Partido Social de Unidad Nacional), aunque no lo creo. Ni en el PIN, ni el ADN. También el Polo es variopinto. Pero yo votaré el 14 de marzo, para el Senado, por el recto político y admirable parlamentario Jorge Enrique Robledo; y para la Cámara por Bogotá, por su compañero del Polo Germán Navas Talero.
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